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El proceso de consumo y la recuperación del medio ambiente.

Si la pobreza en que se encuentran multitudes de seres humanos en el mundo pone de manifiesto el subdesarrollo del consumo en sus formas más agudas, el deterioro del medio ambiente y los desequilibrios ecológicos evidencian gravísimas distorsiones en la estructura general del consumo, que afectan seriamente la calidad de vida de todos. El problema ecológico se gesta en el proceso de producción, se refuerza en el proceso de distribución, y se reproduce y acentúa en el proceso de consumo. Examinaremos aquí el problema desde la óptica de esteúltimo, identificando las causas que a este nivel lo provocan y los modos en que pueda tendencialmente superarse.

Un primer aspecto, tal vez el más evidente y al que más se ha prestado atención, es el de los residuos, desperdicios y desechos que dejan los bienes y servicios después de ser utilizados y consumidos. La naturaleza recibe estos desechos, abandonados o vertidos en la tierra, en las aguas y en la atmósfera, que se polucionan de manera creciente. Papeles y envases de los productos, partes y piezas que han sido reemplazados, artefactos que han prestado su utilidad y que son ya inservibles, basura de infinidad de materiales, tamaños y formas, elementos químicos sólidos, líquidos y gaseosos que se desprenden de los productos al ser consumidos, partículas y humos que emanan de la combustión, energías que se liberan al ser empleadas, etc. constituyen fuentes permanentes de contaminación y deterioro del medio ambiente. El realidad, todas las cosas, objetos y elementos físicos que se producen a partir de materiales tomados de la naturaleza, vuelven a depositarse en nuestro planeta -geósfera, hidrosfera, biosfera, atmósfera o estratósfera- transformados pero no eliminados ni reducidos. Operan en este sentido las leyes de la termodinámica, que determinan que en la naturaleza física nada se pierde ni desaparece sino que sólo se transforma.

Como la cantidad de cosas producidas y consumidas aumenta, el problema tiende a agravarse con el tiempo, lo que lleva a numerosos ecologistas y medio ambientalistas que estudian el problema a concluir que es necesario detener el crecimiento de la producción y del consumo. Ya discutimos esta idea a nivel de la producción, señalando que no constituye la única vía ni la verdadera solución al problema. Además, aunque pueda tal vez detenerse el crecimiento de la producción, el consumo mismo no se puede detener. Si el problema se planteara en los solos términos de la cantidad de residuos y desechos de los productos, no tendría solución alguna más allá de la continuación simple y creciente aunque no compuesta y acelerada del ritmo del deterioro de la naturaleza. No debe esperarse, pues, la verdadera salida por la vía de la detención o no incremento de la producción y del consumo. Nuestra tesis es que, aunque parezca paradójico, el problema no se resuelve consumiendo menos sino consumiendo más. Esta afirmación requiere ser bien explicada y comprendida.

Afirmamos que el deterioro del medio ambiente se revierte, y el equilibrio ecológico se recupera, consumiendo más; pero no más de lo mismo y consumiéndolo del mismo modo que destruye la naturaleza, obviamente. De lo que se trata en realidad es de perfeccionar el consumo, entendiendo que su óptimo cualitativo comporta también un óptimo cuantitativo, como dejamos establecido en la primera sección al definir el concepto de desarrollo. Optimo cuantitativo que, sin ser necesariamente un máximo cuantitativo, cuando se está lejos de alcanzarlo supone que debe aún crecer -expandirse y diversificarse- más allá de los niveles actuales. Volvamos a los conceptos básicos y centrales del consumo para comprenderlo mejor.

Consumir es utilizar los bienes y servicios en la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de modo de realizarnos y mejorar nuestra calidad de vida. Entonces, si entre nuestras necesidades, aspiraciones y deseos se encuentra, y en el mejoramiento de la calidad de vida se implica, la recuperación del medio ambiente y de los equilibrios ecológicos, es preciso incorporar y adicionar a nuestro consumo, aquellos bienes y servicios útiles al logro de tales propósitos. Esto en cuanto a la dimensión cuantitativa. En cuanto a lo cualitativo, y especialmente al modo de consumir, se tratará de hacerlo de modo de maximizar la utilidad que prestan los productos, incluyendo en tal utilidad el mejoramiento del medio ambiente y la restauración de los equilibrios ecológicos.

El concepto así abstractamente expresado significa, más concretamente, que es preciso incorporar al consumo también las necesidades de otros seres vivos distintos al hombre -los animales, las plantas, etc.- en lo que sea necesario al equilibrio ecológico, y el mejoramiento del medio ambiente en lo que comporte una mejor calidad de vida para los seres humanos presentes y futuros. El concepto es análogo al que expusimos en relación al problema de la pobreza, cuya superación implica incorporar al propio consumo de todos y especialmente de los más ricos, las necesidades de los más pobres cuya satisfacción impacta positivamente la calidad de vida para el conjunto de la sociedad.

Incorporar en nuestra estructura del consumo los bienes y servicios que requieren otros seres vivos de la naturaleza distintos de los hombres, no es sólo cuestión de amor a los animales y plantas sino una necesidad económica esencial. En efecto, en su condición natural u original estos seres no hacen ni requieren de la economía; pero dado que la economía humana modifica el medio ambiente natural, la subsistencia y desarrollo equilibrado de esos seres vivos depende de la economía. Esto, que entendemos sin dificultad al nivel familiar de los animales domésticos o del jardín de una vivienda o del cultivo de una chacra, que no pueden subsistir por sí solos y de los que nos hacemos responsables, es igualmente válido al nivel de la sociedad y de la naturaleza en general. Las razones por las que criamos animales domésticos y cultivamos un jardín son las mismas, en otra escala, por las que incorporamos en la propia estructura del consumo la recuperación del medio ambiente y el restablecimiento de los equilibrios ecológicos; sólo que si el jardín y los animales domésticos son una opción que no todos pueden o quieren o deben asumir, el medio ambiente y la ecología son una necesidad social de la que no es posible prescindir, y de la cual nadie puede legítimamente desentenderse.

Podemos expresar este concepto de otro modo. Así como el homo economicus, que ha incorporado la racionalidad y las exigencias de la economía en su propio modo de ser (productivo, mercantil y consumidor), constituye una suerte de "segunda naturaleza" del ser humano, construida socialmente, del mismo modo es preciso hoy elaborar socialmente el homo ecologicus como una suerte de "tercera naturaleza", por la cual el ser humano incorpore la racionalidad y las exigencias de la ecología en su propio modo de ser homo economicus.

¿Cómo debe consumir el homo ecologicus? O sea ¿cómo ha de ser el consumo individual y colectivo que respete y recupere el medio ambiente y colabore al restablecimiento de los equilibrios ecológicos?

109.- Con respecto a los residuos, desechos o desperdicios del consumo, si bien no pueden ser físicamente eliminados es posible reducirlos y también hacer que su reincorporación a la naturaleza sea efectuada de modo que no deteriore el medio ambiente sino que lo mejore, en el sentido de tornarlo más propicio a la vida vegetal, animal y humana. Esto tiene varios aspectos y puede hacerse en diversos modos.

Señalamos que el consumo es un proceso de transformación de los productos, pues todo acto de consumo "extrae" en cierto modo del bien o servicio su utilidad para el sujeto, sea ésta proporcionada por sus energías, sus informaciones o por determinadas combinaciones de energía e información. Un primer aspecto del consumo ecológico estará dado, pues, por un consumo del producto lo más completo o pleno posible, en el sentido de que el sujeto consumidor extraiga y obtenga la mayor utilidad que pueda proporcionarle y que le sea posible, antes de que se convierta en desecho o residuo. En lenguaje y ejemplos familiares: comerse toda la comida entendiendo que ella es servida en cantidades apropiadas, mantener encendidas las luces y abierto el surtidor del agua cuando se los necesita y cerrarlos cuando su emisión deje de prestar utilidad, cuidar los zapatos y la bicicleta para que duren y sirvan mucho tiempo y no se deterioren prematuramente. La duración de los bienes puede ser extendida mediante un consumo cuidadoso que prolongue su vida útil. Lo que estos ejemplos simples expresan debe entenderse en toda su amplitud y significado a nivel individual y social. Pero no ha de entenderse de un modo simplista y mecánico, tal que se convierta en un obstáculo a la innovación y el cambio de productos obsoletos por otros mejores, lo que es especialmente necesario considerar cuando los nuevos productos son tecnológicamente más eficientes en el uso de la energía y en general menos contaminantes. A la inversa, también es irracional cambiar por cambiar si lo nuevo no proporciona un resultado mejor. Lo que mide el consumo es siempre la satisfacción y realización del sujeto y la calidad de vida general. Por lo demás, un producto parcialmente utilizado por un sujeto puede ser convenientemente aprovechado todavía por otro; en este sentido es siempre posible organizar socialmente el consumo de modo que los bienes y servicios proporcionen su máxima utilidad potencial, reduciendo consiguientemente el volumen global de desechos proporcional a la satisfacción de necesidades obtenida por los sujetos.

Relacionado con esto, asumir los efectos medioambientales del consumo conduce a privilegiar bienes y servicios de menor impacto ambiental negativo, que dejen una menor cantidad de residuos y desechos tras su utilización. Es importante en este sentido el tamaño de los bienes, cuya miniaturización es una tendencia que responde a esta exigencia. Desde el momento que el efecto negativo sobre el medio ambiente es considerado en la evaluación global de la utilidad positiva que presta pues debe descontarse de ésta, resulta conveniente para el consumidor en términos de calidad de vida escoger bienes y servicios que minimicen dichos efectos. En este sentido importa no solamente el tamaño del bien empleado sino también su cantidad, teniéndose en cuenta que no necesariamente un mayor número de bienes satisface mejor las necesidades que una cantidad más reducida, si ésta es utilizada de modo más completo. En la misma dirección cabe señalar que un mismo bien puede ser empleado por uno o por varios sujetos, lo que permite multiplicar la satisfacción que pueden ofrecer, y dividir los efectos medioambientales de los desechos. Un medio de transporte colectivo, por ejemplo, suele ser menos contaminante que el empleo de automóviles por cada individuo, en proporción al servicio que proporcionan a los usuarios.

Además, teniendo en cuenta que una misma necesidad puede satisfacerse de muy distintos modos, será importante evaluar en cada caso el efecto ambiental de la opción efectuada. En este sentido muchos autores han destacado la importancia de la terciarización de la economía y del consumo, entendida como el privilegiamiento de la producción y consumo de servicios por sobre el de bienes materiales. Pero cabe al respecto efectuar algunas precisiones. Convencionalmente la distinción entre bienes y servicios se usa para diferenciar las cosas tangibles y materiales por un lado, tales como alimentos y automóviles, y los elementos intangibles tales como educación y salud, por el otro; pero la
distinción es sumamente imprecisa, pues los bienes son tales por el servicio que prestan (el automóvil presta un servicio de transporte), y los servicios no pueden efectuarse sin emplear en ello ciertos bienes materiales (en la educación se emplean edificios, libros, computadoras, etc.). Consecuencia de ello es que también los servicios generan desechos materiales y consumen energías físicas que impactan el medio ambiente. En realidad, así como hay bienes que generan más desechos que otros, existen también servicios que son menos contaminantes que otros, y es éste el criterio, y no la genérica distinción entre bienes y servicios, que debe tenerse en cuenta en el consumo que protege el medio ambiente.

Otro aspecto importante del consumo ecológico corresponde al destino de los desechos, desperdicios y descartes de los productos. En realidad, lo que se hace con los bienes después de ser utilizados en la satisfacción de las necesidades debe considerarse parte del proceso de consumo y del uso de los productos. Los desechos pueden ser abandonados y dispersos sobre la tierra, acumulados en
grandes basurales, enterrados bajo tierra, depositados en el fondo del mar. Cualquiera sea su destino, siempre tendrán un impacto medioambiental de corto, mediano y largo plazo, pero este impacto puede ser mayor o menor, e incluso puede ser positivo si se los utiliza en la recuperación del propio medio ambiente. Los bienes una vez utilizados por el consumidor primario pueden ser empleados para otros propósitos mediante su
reciclaje, que les devuelve o adiciona cierta utilidad, que puede ser más o menos positiva o negativa.

En este sentido el concepto del reciclaje adquiere una gran amplitud, y puede incluso decirse que en realidad todo bien utilizado es de algún modo reciclado, porque todo objeto queda inevitablemente inserto en una dinámica de beneficio y daño para el medio ambiente y la calidad de vida, aunque no siempre pueda ello evidenciarse en el corto o mediano plazo. Incluso la quema de desechos, útil o inútil que sea, es una actividad económica que tiene costos y que genera beneficios y perjuicios a alguien. Aunque el concepto de reciclaje pueda ser reservado para referirse a aquél uso productivo o de consumo beneficioso, lo que nos importa conceptualmente destacar es el hecho que todo producto es empleado para un fin ulterior a aquél para el cual estaba destinado, y que tal empleo posterior, cualquiera sean sus efectos, es parte del proceso de su consumo. Siendo así, el consumo de todo bien o servicio debe considerar lo que se hará sucesivamente con los residuos, desechos y basuras que se generen en su utilización primaria, pues todo ello impactará sobre el medio ambiente y consiguientemente sobre la calidad de vida de las personas y la sociedad en su conjunto.

Desde un punto de vista más general que en cierto modo sintetiza los diversos aspectos señalados, lo que importa sobre todo considerar deriva del concepto del consumo que expusimos anteriormente, en el sentido que en cualquier acto de consumo se verifica una doble transformación: la de los productos mismos y la de los sujetos que los utilizan. Por el lado de los productos, que es el que aquí nos interesa, señalamos que tal transformación puede implicar una expansión y crecimiento de los productos al ser consumidos, o su deterioro y agotamiento. Con este criterio diferenciamos -en la sección del Libro Tercero dedicada al proceso de consumo- cuatro tipos de productos, a saber: a) bienes y servicios perecibles, que son consumidos de una vez y luego dejan de ser útiles para el propósito que fueron creados; b) bienes y servicios durables, que prestan su utilidad de modo sostenido en el tiempo o que pueden ser utilizados reiteradamente, desgastándose o perdiendo su utilidad muy lentamente a lo largo del tiempo; c) bienes y servicios potenciables, que mediante su utilización van perfeccionando e incrementando la capacidad de satisfacer necesidades, porque su uso se efectúa mediante alguna actividad creativa que lo desarrolla; y d) bienes y servicios variables, que pueden crecer y potenciarse o bien deteriorarse y perecer dependiendo de que se mantengan o no en uso, de que se les efectúa mantención y reparación, de que se le adicionen o extraigan componentes, etc. Relacionado con estas características propias de los bienes y servicios, es relevante destacar también el modo de consumirlos por parte de los sujetos, que puede ser destructivo, conservador, valorizador, creativo, etc.; modos de consumo que impactan la duración de los bienes y la cantidad de residuos, desechos y desperdicios que finalmente vertirán en la naturaleza.

Si estos criterios del consumo ecológico fueran tenidos en cuenta por cada consumidor, el consumo podría ser tal que se minimicen sus impactos negativos y se potencien sus efectos positivos sobre el medio ambiente, y ello sería siempre conveniente para cada sujeto consumidor en términos de su propia satisfacción y calidad de vida. El problema es que los efectos ambientales del consumo ecológico, si no es efectuado por todos o por la mayoría sino solamente por algunos sujetos más conscientes, serán bastante pequeños; además, el beneficio se reparte entre muchos o recae sobre toda la sociedad, o en otros casos se manifiesta solamente en el largo plazo, de modo que el consumidor ecológico mismo considerado singularmente difícilmente podrá percibirlo. Esto explica que los consumidores se resisten y no suelen internalizar los efectos medioambientales de sus decisiones de consumo. Aún más, si el modo de consumir ecológico no es compartido por una proporción significativa de los consumidores, es probable que en los hechos el consumidor que en sus propias decisiones de consumo incorpora los criterios medioambientales, que para él tienen un costo o implican cierto sacrificio, vea disminuida su utilidad inmediata. La situación es similar a la que analizamos en relación al hacerse cargo sólo por parte de algunos consumidores más ricos de las necesidades de los más pobres, lo que redundando positivamente sobre la calidad de vida de todos puede tener ciertos efectos negativos sobre los pocos sujetos que adoptan tal comportamiento altruista.

Más allá del cambio individual lo que se requiere es, pues, una transformación general en el modo de consumo, un cambio a nivel estructural. Son, en efecto, las estructuras del consumo las que son cuestionadas por el actual deterioro del medio ambiente, y son esas mismas estructuras las que es necesario que incorporen los criterios ecológicos. En este sentido el problema plantea, nuevamente y del modo más enfático en razón de que afecta a todas las personas y a la sociedad en su conjunto, la necesaria coordinación de las decisiones de los consumidores individuales y colectivos, a nivel de la sociedad global.

Valen a este respecto los análisis que ya expusimos sobre el papel de laética, la educación, el cambio cultural y las metapreferencias, en la transformación y perfeccionamiento del consumo. Tales análisis, que efectuamos en la perspectiva de conformar el consumo a las exigencias de la realización del hombre y de la sociedad conforme a su naturaleza esencial, se aplican y extienden aquí en referencia a la creación de aquella que mencionamos como "tercera naturaleza" del hombre que lo configure comohomo ecologicus.

Pero además de la ética, la educación y la cultura como medios para orientar el comportamiento de los consumidores sin interferir en su autonomía decisional, un papel destacado corresponde ser cumplido por la ley, a quien le incumbe coordinar las decisiones de todos los consumidores en vistas del bien común en base a criterios de equidad y justicia. Esto significa, concretamente, la conveniencia y necesidad de que la ley que regule el consumo considere precisos criterios medioambientales y ecológicos que favorezcan, induzcan y obliguen a los consumidores a incorporar en sus decisiones de consumo los efectos que hacen recaer sobre el medio ambiente. Podemos precisar algunas de las formas en que puede hacerlo eficazmente.Una primera forma en que la ley regula el consumo con fines medioambientales consiste en establecer los modos, formas, tiempos, lugares y procedimientos en que se efectúa la acumulación, procesamiento y reciclaje de los residuos y desechos de los productos consumidos. Al respecto, compete a la legislación fijar normas para la acción de los individuos y grupos respecto a sus propios desperdicios, de las empresas especializadas en la recolección, acumulación y procesamiento de residuos colectivos, y de los entes públicos especialmente encargados de contribuir en la tarea. Esta es una de las más complejas funciones reguladoras y coordinadoras del poder público en el ámbito del consumo, y abarca aspectos tan importantes como la conducción y el tratamiento de las aguas servidas, la recolección y acumulación de la basura doméstica e industrial, el aseo e higienización de las vías y lugares públicos, el control de las emisiones tóxicas, la distribución, reutilización y reciclaje de todo tipo de materiales, etc.

Una segunda forma en que la ley puede contribuir al consumo ecológico consiste en obligar a que los consumidores primarios de los productos asuman el costo del deterioro medioambiental que deriva de su consumo, y/o a que se responsabilicen de reparar los deterioros que hayan causado. Ello puede efectuarse estableciendo precios por los servicios de recolección y procesamiento, cobrando multas por la trasgresión de las normas, gravando con impuestos especiales los productos que después de su empleo contaminarán el medio ambiente, etc. Independientemente de las formas que sean más apropiadas para cada situación, producto y tipo de residuos, lo importante es el principio implícito en estas modalidades de intervención, cual es la internacionalización de los costos medioambientales y ecológicos del consumo por parte de los propios consumidores.

Una tercera modalidad en que la ley puede garantizar el interés general afectado por el consumo de los sujetos particulares consiste simplemente en prohibir, condicionar y racionar el consumo de aquellos bienes y servicios que sean ambientalmente nocivos. La prohibición corresponde en aquellos casos en que los beneficios del consumo de esos bienes se consideran individual o socialmente reducidos en proporción a los elevados efectos ambientales negativos que genera su consumo, y en que éstos sean imposibles de internalizar o reparar por los consumidores del producto en cuestión. El condicionamiento corresponde cuando el efecto negativo del consumo deriva, más que del producto mismo, del modo en que es consumido, y cuando dichos efectos pueden ser minimizados mediante ciertas exigencias especiales relativas a los lugares, horarios, circunstancias y modalidades en que sean consumidos. El racionamiento corresponde cuando los efectos medioambientales negativos son reducidos si el producto se consume hasta cierta escala pero se agudizan si supera ciertos límites, o cuando se intensifican y agravan a medida que aumenta la cantidad de productos consumidos o se verifica un consumo concentrado.

Una cuarta forma en que la ley puede favorecer el consumo ecológico consiste en incentivar ciertas formas y tipos de consumo, de modo que los sujetos prefieran satisfacer sus necesidades, aspiraciones y deseos utilizando bienes y servicios de bajo efecto ambiental negativo, o de efecto directamente positivo, en vez de hacerlo mediante productos contaminantes y nocivos. Ya hemos visto, en efecto, que la satisfacción de unas mismas necesidades puede efectuarse de modos distintos y utilizando bienes y servicios alternativos. En tal sentido, la sociedad puede incentivar el uso de bienes y servicios de bajo impacto ambiental de muchos modos, por ejemplo reduciendo los impuestos a algunos bienes y servicios, creando condiciones objetivas que favorezcan su utilización, premiando los comportamientos que considera apropiados, etc.

En síntesis, la modificación del consumo de los sujetos individuales y colectivos en el sentido de incorporar las exigencias del medio ambiente y la ecología, la transformación de las estructuras del consumo mediante la educación y el desarrollo de la conciencia ecológica a nivel de la cultura común, y la regulación y coordinación del consumo de todos mediante la ley que prohibe, condiciona, raciona e incentiva la utilización de ciertos bienes y servicios, constituyen aspectos complementarios de un indispensable proceso de perfeccionamiento del consumo que asuma sus efectos medioambientales y conduzca a una mejor calidad de vida para todos.

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